De bibliotecas e Ítacas (relato original)


Este es un pequeño relato iniciático. Todo lo que cuenta, envuelto claro en un halo de irrealidad, ocurrió. Cosas de la memoria. La biblioteca es fácilmente identificable (SNS).

Tomamos un Café?

             “Tomamos un Cappuccino? Claro,…” Aquella mañana Germana no tenía clase y vino a buscarme a la biblioteca.

No recuerdo cuándo el tren alcanzó su destino, envuelto por la noche y  la magia que en mí despertaba aquélla odisea, pero seguro que arrebatado  de los brazos de Morfeo llegué a buen puerto. A mi izquierda el tren dejó atrás Cannes, pronto llegaría a Italia. Por mi mente pasaron Winckelmann y Goethe, y muchos otros, pensando en qué podía residir aquélla sabiduría del iniciático viaje a Italia. Quizás en nada asible allí de frente a la meta, más en todo lo que pudiese recoger en la travesía. Al llegar nadie me recibió, y con el pesado equipaje, fruto de la inocencia y del control de los posibles, me presenté en aquél edificio neoclásico en el que recalaban las mejores jóvenes mentes de Italia. Haciendo frente al inmenso cansancio y a la sensación de extrañeza de encontrarse uno fuera de casa, saqué con lasitud la carta que aquél viejo y sabio profesor había escrito presentándome…

            Al  verla pensé que hubiese perdido la apuesta de ser yo Fausto. Rodeada de un pequeño grupo de personas aventuré que sería mi salvación. Aunque no era profesora, un aura de distinción y seguridad la rodeaba. Poco después, estábamos comiendo con sus padres. Porqué habría hecho yo aquél viaje? También yo buscaba Ítaca.

            La Biblioteca era enorme y en ella se respiraba, a parte del polvo y la humedad, el respeto y la admiración con que sus empleados la cuidaban. Sin duda que era una de las mejores de toda Italia, y sólo unos cuántos privilegiados podían acceder a ella. Para acceder uno debía entrar por el edificio de al lado, el que contenía los despachos de los profesores fundamentalmente, y qué profesores. Quizás fuera la magia del lugar, más también de la situación: allí se olía a distinción y sublimidad, y uno tiene la sensación de que si estornuda sin razón hasta pueden echarlo a la calle. Pero claro, por algo estaba yo también allí. “Profesor Mario Ferrisi? Sí…”. Con amabilidad calculada me dejó pasar a su estudio, un cuarto grande y aireado que daba a la preciosa plaza de los caballeros. “Y cuál es el tema de su estudio?” Detrás de su mesa se podían observar cientos de libros, algunos ya viejos, como él, que denotaban una larga carrera y mucha sabiduría. La mesa acumulaba decenas de papeles y libros en un no claro orden, “Pero yo no me dedico a eso. Si quiere puede hablar con…” El aire fresco y los rayos del sol entraban por la abierta ventana y pensé que así debía ser el pensamiento, luminoso, fresco y fluido, y que si algo no faltaba en aquél lugar era pensamiento. “Ahora tengo prisa, mejor veámonos el próximo Jueves a las 17h en mi casa.- Está bien”. Regresé a  buscar a Germana, que todas las mañanas, aunque todavía no habían comenzado las clases, puntualmente se acercaba a verme. Aquél día iríamos a ver no sé qué torre que era patrimonio de la humanidad, aunque lo que a mí me gustaba era pasear con ella recorriendo las calles y respirar así ese halo de antigüedad que emanaban. Quería imbuirme del espíritu de esa ciudad que me era extraña.

Envuelto entre libros escritos en todas las lenguas imaginables intentaba realizar mi trabajo, aquél por el que de hecho me habían enviado allí.            

“Porqué no te vienes a comer hoy? Sería estupendo. -Espera, yo pago el café.”

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