La risa satánica entre Werther y Fausto: Goethe y el Sturm und Drang


            El Sturm und Drang fundó aquello que se ha llamado pre-romanticismo y que otros llaman clasicismo romántico, o romanticismo clasicista, y desde otro punto de vista se ha llamado clasicismo alemán. En todo caso un fenómeno histórico en el que surgió Goethe como potencia intelectual de Europa. Un Goethe influido grandemente por Rousseau y Spinoza, y de ahí su claro anti-newtonianismo y oposición en general al paradigma mecánico que había impuesto el físico inglés pero que venía desarrollándose desde el nacimiento de la ciencia moderna[1].  Para Goethe

«la naturaleza se le revelaba como una fuerza sujeta a leyes y que actúa con arreglo a fines, manifestada en la metamorfosis, en la escala ascendente, en la arquitectónica de sus formas típicas, en la armonía del todo«

Dilthey describe maravillosamente a Goethe, con admiración:  sus ideales, como los de la Alemania de su época, eran los de la existencia personal: amor, amistad, humanidad. Con una gran sensibilidad y a la vez inteligencia, podía ser infinitamente feliz, pero también triste. El propio Goethe, por lo que parece, padecía profundamente en su vida y en sí mismo. Entre su poderosa organización poética se hallaba como rasgo el necesitar de fuertes emociones, lo que si era positivo para su trabajo redundaba en un sufrimiento vital. Veía la naturaleza como algo vivo, era profundamente panteísta. Esta forma de ser se convierte en el ideal de su tiempo, es la realidad de Fausto, como la de Werther, Mahoma, Prometeo,…Él está en todos ellos. Todo un ideal de vida está a la base de sus reflexiones, como de las de Lessing (1ª generación de la poética alemana) y Schiller (2ª generación). Un ideal que Dilthey pone de esta manera en labios del primero:

«La esencia del hombre es acción, voluntad; el valor de la acción está determinado por su motivo. El desarrollo de las motivaciones morales en la humanidad viene acarreado por la ilustración de sus nociones. Por lo tanto, la ilustración o esclarecimiento de las nociones es la única palanca de que dispone el género humano para llevar adelante esta formación de la voluntad. Y el motivo de la acción perfecta o de la voluntad perfecta consiste en hacer el bien por el bien, sin consideración a las consecuencias ni a retribución alguna. Tampoco el motivo de la investigación es esa meta que se desplaza hacia el infinito, la verdad, sino el temple del alma humana entregada por entero y abiertamente a la verdad«

Sin embargo Goethe es consciente de que estamos separados de la naturaleza, le somos extraños. Se trata de hacer evolucionar lo inconsciente para llegar así a encontrarnos con ella, como ya será en Hegel, de la 3ª generación, con Schleiermacher, Fichte, Schlegel y Schelling.

            La polémica con Newton está a la base de su Teoría de los colores (Zur Farbenlehre). Con ella establece Goethe una visión de la naturaleza totalmente opuesta a lo que Kant consideraría. Es una naturaleza viva, portadora de dos momentos: el de la polaridad y el de la gradación: es una nueva imagen del universo, en la que la serie gradual de un desarrollo en el que aquello que gobierna lo inconsciente de la naturaleza llega a sentirse, tiene conciencia, es lo más importante, y preludia a Hegel. Es una visión griega de la Naturaleza. Y el hombre es la obra con que culmina la Naturaleza, que al conocerla de esa manera la perfecciona, por eso la importancia del arte, de la estética en esta época y lugar. Esta visión da lugar a un humanismo que pone el acento en el ideal individualista de la personalidad, frente a la opresión de la sociedad. Está  naciendo el sentido de nación alemana, y ya Fichte recurrirá a la Deutsche Kultur como criterio de unidad, y no al Imperio, de orden cristiano. De manera que este nuevo abanderamiento no es sino el renacimiento del viejo Lutero: la Kultur es contraria a la Aufklärung y al catolicismo, reproduciéndose la situación de Lutero. Esto es, Goethe efectivamente funciona a nivel político como criticaba Lukács: la revolución no es para Alemania: la comunidad no debe configurarse desde fuera mediante el poder soberano, sino desde dentro, por la fantasía moral: desde la sensibilidad del corazón y la fuerza del amor. Un ideal que está en transición entre lo neoclásico y lo romántico, es pre-romántico. Y que Goethe plasmó en dos grandes obras, la primera acaba en un fracaso, la derrota del corazón frente a la razón o la institución, pero guarda en sí el germen de una posible síntesis que la segunda obra mostrará imposible. Nos referimos a las figuras de Werther[2] y Fausto[3].

            El Werther (Die Leiden des jungen Werthers) fue un bestseller europeo, allá por 1774. Goethe tiene 25 años y se sube a la cima de la intelectualidad europea con esta novelita de carácter epistolar y amoroso de final infeliz, o trágico, en todo caso, funesto debido al suicidio del protagonista, un joven que se convertiría en figura, en su sentido más estricto, casi cercano a los «personajes» tal y como los entiende MacIntyre en After Virtue. De repente todo el mundo viste como Werther, siente lo que él, y algunos se lo creen tanto que hasta se quitan la vida. Brillante sucesor de las Pamelas y Eloísas, Werther es una de las novelas más importantes, si no la más, de este período.  Su contrapunto, las Cumbres Borrascosas. La impresión más fuerte que se desprende de esta novela es la fuerte oposición naturaleza-convención, o cultura, o institución. Por ejemplo dice Werther en un momento dado «La ciudad en sí es desagradable, pero en cambio la naturaleza de sus alrededores es de una belleza indescriptible» (p.56). Werther es todo corazón, es humanista (es una faceta de una época de Goethe) : «Si me preguntas cómo es la gente de aquí, te diré que ¡como la de todas partes! El género humano está cortado por el mismo patrón«(p.59). Aunque es un fuerte crítico de la sociedad burguesa convencional: «Pero quien en su humildad reconoce adónde va todo a parar, quien ve cómo cada burgués acomodado sabe, incansable, hacer de su jardincito un paraíso, y cómo también el desgraciado, abrumado por el peso de su carga, prosigue su camino jadeante y todos están igualmente interesados en contemplar siquiera un minuto más la luz de este sol…, sí, ése está tranquilo, forma su mundo de sí mismo y se siente también feliz porque es hombre. Y además, por limitado que esté, siempre conservará, sin embargo, en su corazón el dulce sentimiento de la libertad y podrá dejar esta prisión cuando le plazca«(p.63). Werther es la figura del Sturm, todo sentimiento, es decir, teniendo en cuenta las críticas de Lukács, obviamente es racional y tiene su puesto de trabajo, pero da primacía al sentimiento. En una época en la que la razón primaba, era preciso como reacción radicalizar el opuesto, aunque ésta sea una solución transitoria y a superar por una síntesis. En este caso la Tempestad actuó de polarizante de las direcciones de la Ilustración. Werther se atiene sobre todo a la Naturaleza, pues «solo ella es enormemente rica y solamente ella forma a los grandes artistas […] ¡También las reglas destruyen el verdadero sentimiento de la naturaleza y la auténtica expresión!» (p.64) El eje del libro y su entronque real se da en las pp.64-65, «Con  esto ocurre como con el amor«, con el arte. El desarrollo del arte es un paralelo del del amor, y por eso el Werther más que una novela de amor es también y más una novela sobre estética, del genio.

            A este respecto es interesante observar lo que dice Hauser[4]:

«Esta época anti-autoritaria, opuesta de manera consciente y sistemática al academicismo aúlico, fue la primera en poner en tela de juicio que las facultades reflexivas, racionales e intelectuales, la inteligencia artística y la capacidad crítica tuvieran parte en la génesis de la obra de arte.

            El establecimiento del irracionalismo encontró en esta esfera una oposición infinitamente menor que en el campo de la teoría. Las tendencias opuestas a la Ilustración se retiraron a las líneas de la estética, y, partiendo de aquí, conquistaron todo el mundo intelectual«

            Está bastante claro, la estética era un campo donde se permitía todo y fue el caldo de cultivo de los sturmianos: por eso sus creaciones no son puras obras de arte, hay que ver en ellas indicios de un irracionalismo que se ha de verter a todas las esferas de la cultura: política, ciencia, …De ahí que el Werther sea más que una novela de amor. En ella es un tópico la cita donde Werther alude a un derecho de revolución de los pueblos: en analogía con el derecho al suicidio. En el fondo está la cuestión nacional alemana: no se podrá lograr la unidad por medios estrictamente burocráticos, legales, por el Imperio diríamos: la unidad nacional ha de ser Kulturnation, y esto implica de manera directa al sentimiento, en el fondo a todas las facultades del hombre, pero si recordamos la cita de Lessing, el ideal del individuo es aquí muy fuerte, y éste se mueve por la voluntad. Esta reivindicación de lo privado del individuo por excelencia, la sensibilidad, tiene claras resonancias del Rousseau de las Ensoñaciones. Individuo frente a sociedad: Werther se halla constreñido por los límites de lo convencional y ansía una humanidad unida por el sólo lazo de su naturaleza, pues todos somos iguales, al tiempo que reivindica la libertad, y la fraternidad. Obviamente la Revolución Francesa realizó el mundo que ansiaba Werther, o lo intentó realizar, pero en Alemania era imposible: el Werther es así una crítica al statu quo alemán, pero una crítica destructiva: Werther puro sentimiento que alude a un derecho básico: cuando el sentimiento esté en contradicción con la ley, se ha de dar prioridad al sentimiento: la solución en último término es que «No se te puede salvar desdichado¡ Bien veo que no tenemos salvación» (pp.152ss). No hay salvación, como no la habrá para el Fausto romántico, no el de Goethe, y la solución es una no-solución, el suicidio: si no es posible desarrollar mi individualidad, que para mí es algo natural, congénito, ello es como una enfermedad: la Alemania de la época me oprime, lo burgués es enfermizo, y por eso mismo Werther representa la imposibilidad de una revolución en Alemania[5], es la consciencia de ello, frente a la legalidad de Albert, la figura de lo neoclásico, rígido y legalista. En último término Lotte (Charlotte Sophie Henriette Buff), que duda entre sus sentimientos hacia Werther y la legalidad de Albert, de la institución anticipa a la Bóvary. En este caso va a describir al nuevo sujeto burgués alemán, dramático: Lotte es la figura de la burguesía alemana que se debate entre sus ansias de poder político y reforma y su abulia a la hora de llevarlas a la práctica. Albert es ya del pasado, y Werther es la efímera irrupción de lo crítico, impotente ante la razón de los principados. En definitiva Werther es la imposibilidad del romántico ideal, su naufragio. Razón y sentimiento no tienen mediación. Y ahí está el drama de Lotte, y de Werther. El verdadero romántico y que es consciente de su situación, es Fausto. Werther es ciertamente pre-romántico y un primer golpe fallido al neoclasicismo. Y Lotte representa no de manera consciente al nuevo sujeto burgués, que vivirá el Romanticismo, y que se verá envuelto en las contradicciones de la sociedad capitalista y de la división del trabajo. Esta sociedad burgueso-capitalista es la culpable de que naciera la dialéctica precisamente, y su drama es el de la imposibilidad de desarrollar totalmente la personalidad, pues se vive en un mundo fragmentado, especializado. Por eso, Lotte es más Fausto que Werther. El final del s. XIX dará la vuelta al Werther, y en Flaubert será la mujer, Emma Bovary quien se suicide. El drama de este nuevo sujeto burgués, la conciencia de su escisión (en cierta medida, pues, Lotte es así la superación de Werther y Albert al mismo tiempo) prefigura ya el aura romántica. En conclusión, Werther, a más de un panfleto del panteísmo, es una confesión encendida del hombre nuevo nacido en el curso de la preparación de la revolución burguesa, como dijera Lukács.

            La segunda figura más importante a mi modo de ver, y posiblemente de toda la modernidad, es el sucesor de Werther, Fausto. La dialéctiva se observa sin embargo más claramente en Faust I que acaba Goethe en 1808. Es una figura de todos los tiempos y lugares, el gran insatisfecho, el genio enamorado que todo lo sabe pero no sabe vivirlo. Es Goethe mismo.

            Lo he estudiado todo, pero algo me falta. Y es mi sentimiento que no adecuo a la ley, a la institución. Es esta sociedad capitalista que me impide ser un sabio a lo medieval y me obliga a vivir escindido. Fausto es ya la madura toma de conciencia del hombre completo, de su imposibilidad. La solución del Werther se deja entrever al principio pero esta vez el diablo es el que sirve de mediación. Muéstrame algo que me haga sentir y seré tuyo. Pero el diablo es listo cuando de sentir se trata, ya lo sabían los cristianos medievales. De nuevo un motivo literario hace de resonancia de otras muchas cuestiones: Fausto, que vive encerrado, limitado en su cuarto, ha de salir fuera a la naturaleza, donde todo parece vivo, muy vivo, demasiado, hasta el perro, y fundirse con lo popular, pues no hay independencia intelectual sin alianza, de uno u otro modo, con los intereses populares. El motivo diabólico más bien es accesorio: lo importante es que Fausto vive, si es que vive, dominado por el sólo impulso (Drang, sed de conocimiento  inextinguible) común a Lessing. También a Leopardi. Se vuelve a repetir lo de 1774: los intereses de Goethe son los de una burguesía prácticamente inexistente en la Alemania de fines del XVIII. Hay salvación o suicidio? Las cosas cambian, y Goethe tiene ya 59 años. Ha recorrido y estudiado mucho, no es el joven de 25 que escribiera el Werther. Ahora hay salvación: «quien siempre aspira y se afana (por superarse) a ése le podemos salvar«. El instinto de autosuperación salva del suicidio. Se podría interpretar psicológicamente.

            Este juicio sobre la salvación es si cabe el juciio de Kant a nivel filosófico que diera en 1782. Fausto en este sentido es una figura de la Ilustración, y de esa manera porta sus mismas contradicciones: la Ilustración solo tendrá un juicio positivo, parece decir Goethe, mientras rinda culto a la autosuperación del individuo.  Como Kant: también en Fausto el objeto depende del concepto: se abre así camino a la espontaneidad del entendimiento. La crítica es un monumento a la superación del Ancien Régime a nivel intelectual y por eso Fausto es claramente un kantiano: Tú te igualas a lo que entiendes, no a mí. En el fondo pues subyacen motivos de liberación de las trabas medievales, pero se acaba cayendo en el mito del judío errante, muy querido por los sturmianos. Fausto es así otro símbolo del redentor, es un Prometeo, y un hereje, que se libera del dogma. Y un supuesto importantísimo en su calidad liberadora: se puede conocer todo sin ser diabólico. Todo, diríamos, excepto la vida. Por eso en Fausto se puede vislumbrar una interna dialéctica sobre esto entre Fausto y Mefistófeles. Goethe apuntaba de manera fragmentaria que su Fausto gira sobre lo formal y lo informe, prefiriendo el contenido sin forma a la forma vacía, aunque también es verdad que el contenido siempre lleva la forma. Y esto es importantísimo: el sentimiento lleva la ley. No hay formas vacías. Es el Werther sublimado. Fausto hace frente a la vida por su impulso y acción, pero no olvidemos que posee una gran cultura, haciendo brillar aquello de «cultura sin vida es vacía, vida sin cultura es ciega«. Fausto es el que puede hacer lo máximo y último, tiene poder sobre sí mismo y lo afirma. Como Napoleón (intuición de Boisserée, librero de Frankfurt amigo de Goethe). Recordemos aquel encuentro que tuvo Goethe con Napoleón en 1806, Jena. El Fausto es de 1808, y Goethe quedó muy impresionado, callado. Napoleón, poderoso, que lee el Werther, y fundamentalmente insatisfecho, ávido de conquistas, de liquidar el Ancien Régime. Fausto es por eso la figura a nivel estético de la real figura a nivel político del francés genial. Una figura que destila interés insatisfecho por lo social, por el Estado, lo común, lo que supera el individuo. Si la gran creación de Napoleón es el Estado, el gran fracaso de Goethe (Napoleón) es eso mismo. Hay una velada crítica hacia el individualismo burgués, producto de la sociedad del trabajo capitalista que provoca la aparición del erudito pero que ya no es sabio, por los límites que pone la burguesía. Goethe vive una situación en la que su misma razón de existir, el pleno desarrollo de las facultades del hombre, está socialmente en entredicho, se tambalea así toda una concepción de la vida. Y es precursión de la nostalgia romántica. Pero el sujeto ha sido siempre la punta de lanza de la modernidad, desde el Renacimiento, de manera que la imposibilidad de cristalización del hombre no escindido es propiamente una crítica a la modernidad, que produce un sujeto, al tiempo que una sociedad capitalista, que está muerto desde el principio. Esto produce desengaño, que aboca a la búsqueda, de la acción, de la vida. Schiller pensaba en la utopía de una síntesis entre la forma y la vida, la figura viva que se movería en las aguas del modo de vivir estético: pues Fausto es la toma de conciencia de la imposibilidad de ello. Es la tragedia del pensamiento que aspira a lo infinito y se da cuenta de las limitaciones del hombre. Es un dolor por ello sublime. No cabe duda que Fausto tiene claras reminiscencias quijotescas, como Mefistófeles de Sancho. Como entonces, el hombre completo sería la síntesis de ambos, sólo entre los dos reunirían las características del individuo pleno. En Fausto II, Quirón le dice a Fausto en un momento dado Eso de la belleza de las mujeres nada quiere decir; a menudo es simplemente una imagen fría. Yo no considero más que el ser en quien la vida se muestra palpitante, porque la belleza no vive más que en sí misma; es la gracia lo que se hace irresistible. Y la gracia es la vida, como veíamos en Winckelmann. Al final Mefistófeles dice claramente que Me place tu modo de pensar (al homúnculo); en el reino de los espectros, el más importante es el filósofo. Por eso él los crea por docenas, para que puedan gustarse en su arte y sus favores. Como llegues a perderte, no encontrarás jamás la razón, si quieres ser, sé por tus propias fuerzas.

 La figura de Fausto es el culmen de la modernidad, y con ello su disolución. Y si la modernidad es el sujeto (de representación), Fausto es su disolución, su destrucción[6]. Pero es la muerte del sujeto trascendental, el auténtico moderno. Lo que es el fracaso de la filosofía clásica moderna. La Aufklärung quiso saberlo todo, como Fausto, como Kant en la Kritik der reinen Vernunft, donde no se cesa de hacer preguntas. Auto-superación, sólo eso salva, pero eso para el sujeto trascendental: a nivel empírico es el trabajo práctico lo que salva, un trabajo que produce dolor y sufrimiento. Es el conato de esfuerzo, de conquista, Napoleón. Sin embargo la escisión acecha: a lo que se aspira sobrepasa las limitaciones humanas. Es el kantiano ser feliz. Lo que subyace es que el progreso es lo que va a salvar al género humano de la destrucción pero esto se ha visto inútil, y no es preciso recurrir a las tesis frankfurtianas. El progreso  significa el paso a la sociedad burguesa capitalista donde impera la división del trabajo, lo que provoca una escisión a nivel humano que a nivel intelectual ya detectó Horkheimer que existía en Kant. De ahí que el Romanticismo se caracterice por la toma de conciencia de esta escisión, y de su irreversibilidad, que ni el diablo puede cambiar: de ahí que las versiones del Fausto románticas acaben como el Werther, en el suicidio. Triunfa Satán, pero Satán es precisamente el que no deja de preguntar, el que acusa, de ahí el paráclito que es el abogado. Esto es, la razón kantiana que no deja de preguntar sobrevivirá al hombre real, empírico, y al final el progreso es inútil. Risa satánica (Hugo van der Goes, El pecado original, Viena).

Texto completo aquí

[1]Cf. Dilthey, Vida y poesía, FCE, México, 1978 (1905), «Trayectoria de la literatura europea en la época moderna», pp. 17-26, «Goethe y la fantasía poética», pp. 126-185; De Leibniz a Goethe, FCE, 1978 (1914), «El movimiento poético y filosófico alemán: 1770-1800», pp. 345-360, «Goethe y Spinoza», pp.363-389.

[2]Werther, Goethe, Cátedra, 1995 (1774).

[3]Fausto, Goethe, Bruguera, 1984 (1808).

[4]A. Hauser, Historia Social de la Literatura y del Arte, Labor, 1983, Vol.2, Cap. VIII, «Rococó, Clasicismo y Romanticismo», pp. 153-412, p.283.

[5]Cf. Lukács, Goethe y su época, Barcelona, Grijalbo, 1968

[6]E. Subirats, Figuras de la conciencia desdichada, Taurus, Madrid, 1979. «Damnation de Faust», pp.49-74.

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