El futuro de la historia: Fukuyama & the third wave of global democratization


«Una desbocada máquina reguladora genera una red crecientemente impenetrable de normas… 45.000 páginas de nuevos y complejos reglamentos al año. ¡Veintisiete organismos gubernamentales diferentes controlan la aplicación de unas 5.600 normas federales referidas sólo a la fabricación de acero! (Millares de normas adicionales se aplican a las labores de extracción, comercialización y transporte de la industria del acero.) Una destacada empresa farmacéutica, “Eli Lilly”, invierte más tiempo en cumplimentar impresos oficiales que en realizar investigaciones sobre el cáncer y las enfermedades cardíacas. Un solo informe dirigido por la Compañía petrolífera “Exxon” a la Agencia Federal de la Energía ocupa 445.000 páginas… ¡el equivalente a mil volúmenes!«, así recordaba Alvin Toffler en La Tercera Ola (1979).

A todos nos suena que en las democracias actuales la maquinaria de toma de decisiones se ve anegada de datos irrelevantes, de tal manera que los «decisores gubernamentales son incapaces de tomar decisiones de alta prioridad al tiempo que se dedican frenéticamente a millares de otras menos importantes y, a menudo, triviales, e incluso cuando, finalmente, se adoptan decisiones importantes, suelen llegar demasiado tarde y rara vez alcanzan los objetivos que se proponían.» Las actas del parlamento europeo son patente expresión de este diagnóstico.

Quizás porque los «decisores gubernamentales» no son los mejor preparados para hacerlos, al menos como hipótesis. Decía sin embargo Platón (probablemente el autor del primer gran libro de política de la historia) que los mejor dotados para gobernar serían justamente los que menos querrían hacerlo, mientras que si encontrares alguien dispuesto a ello lo estaría por mor de otras cosas, dinero, fama, honores, poder, pero no por lo más importante, la preparación intelectual, que en Platón iba unida a los valores éticos. El futuro político (rey-filósofo) habría así de ser obligado a serlo pues lo más probable es que prefiriera residir sine die en la Isla de los Bienaventurados y no echaría de menos la caverna, qué duda cabe. Pero es obligación de quien ha recibido los dones de la educación en relación a lo más alto devolver lo prestado y convertirse en un justo político y bajar así a las oscuridades de la caverna por mucho que no quisiera.

Entrando más a fondo en la cuestión ocurre además que el mundo de las ideas se ha licuado (liquidificado, Bauman) adquiriendo tintes de caverna. Esto puede ser visto a la inversa, de modo que se está produciendo una idealización de la caverna, el lugar de las imágenes, dos perspectivas que dialécticamente nos pueden servir de punto de partida para analizar lo que le está sucediendo a la sociedad contemporánea, tardomoderna o menos pesada que la anterior. Y la ciudadanía es un ejercicio de pesadez que debe  luchar contra la tendencia a la individualización que, convertida en meta y trofeo de la nueva emancipación, supone la imposibilidad de la verdadera liberación. El mundo de las ideas, espacio simbólico de lo que debía ser el ágora de lo público, se ha visto invadido por lo privado. Ya no es el Estado el que pretende interferir en la vida privada, pues ha hecho de ella el lugar de lo público, vacío por incomparecencia del que debía ser su vehículo, el ciudadano. Por eso la política ya no tiene lugar en lo público, es decir, en lo común. Facebook, Tuenti, Gran Hermano, etc.. simbolizan la nueva ágora. Quizás eso no haga más que agravar la ausencia del intelectual, a lo que se suma que la propia política está en crisis, por la corrupción y por los golpes que las crisis económicas están infligiendo al Estado de Bienestar y a la democracia reinante que es la «liberal».

¿Este es el fin de la historia que decía Francis Fukuyama? En su  artículo  en Foreign Affairs de Ene/Feb de 2012 contempla no un fin sino un futuro de la historia, planteando un reto intelectual que las sociedades del llamado Estado de Bienestar deben acometer si no queremos perder los logros de la llamada «democracia liberal». Para ello haría falta una «nueva ideología» en la que los intelectuales de izquierda -quizá los ausentes del ágora- tienen que entrar si no queremos derivar hacia formas menos amistosas de asociación. Algo va mal hoy, y tiene que ver con el hecho de que la izquierda sigue ausente ante una serie de cambios que se están produciendo en las sociedades occidentales y que están conduciendo a una paulatina desaparición de la clase media y un acrecentamiento de las desigualdades sociales.

El llamado problema de la izquierda, apunta Fukuyama, tiene que ver con su incapacidad para haber sabido entender la evolución que el desarrollo del capitalismo ha tenido sobre todo en el siglo XX. Es lo que se ha llamado «the wrong address theory» por el hecho de que el mensaje marxista acabó desviándose de las clases hacia las naciones, produciéndose ese fenómeno por el que la clase obrera se puso al servicio de los nacionalismos y fascismos de la primera mitad del siglo XX. El hecho es que los análisis marxistas fallaron por varias causas: la situación de vida de la clase obrera fue mejorando hasta el punto de irse fundiendo con la clase media, fenómeno que observamos sobre todo hoy día en que los servicios desplazan a las manufacturas, unido a la emergencia de nuevos grupos de pobres o marginados por debajo de la propia clase industrial: minorias raciales, étnicas, gays, mujeres, etc… Por todo ello la clase obrera se ha convertido en un grupo de interés privado más, con lo que el marxismo se ha ido desvaneciendo y la alternativa democrático-liberal basada en la propiedad privada ha acabado por hacerse universal en lo que Samuel Huntington ha llamado the third wave of global democratization pasándose de 45 democracias electorales en 1970 a 120 a finales de los 90. La idea es que el marxismo no consiguió su utopía porque el capitalismo acabó generando clases medias y no de obreros. El problema actual con la crisis económica y el desarrollo de la tecnología de máquinas inteligentes y la globalización es que el fundamento de esta democracia liberal, las clases medias, acaben desapareciendo concentrándose la riqueza y los beneficios de las nuevas tecnologías en unas pocas manos, fenómeno que en EEUU se ha magnificado desde el 9% PIB en 1970 al 23% en 2007 para el 1% de las familias más ricas. Por lo mismo que la izquierda no supo diagnosticar las evoluciones sociales en las sociedades avanzadas durante el siglo XX , se encuentra ahora muda ante los nuevos cambios sin nada que ofrecer excepto un retorno a ideas trasnochadas de donde el hecho no sorpresivo de una progresiva derechización de la clase media. Tampoco la izquierda nos ofrece una agenda realista que  ofrezca alguna esperanza de protección a la clase media. Más bien la izquierda se ha ido diluyendo en una serie de tendencias intelectuales fragmentadas que han obviado el problema económico, como el post-modernismo, multiculturalismo, feminismo, teoría crítica, etc…Ha perdido, en suma, credibilidad, aferrada a un Estado de Bienestar que se muestra exhausto por grande, burocrático e infexible. Y fiscalmente insostenible.

Podemos imaginar en este escenario un mundo de democracias robustas y clases medias saneadas? La nueva ideología debería reafirmar la supremacía de las políticas democráticas sobre las económicas legitimando un nuevo gobierno como expresión del interés público, aunque rediseñando el estado de bienestar. Sin eliminar el capitalismo debería buscarse la alternativa adecuada en la que los mercados no deben ser un fin en sí mismos sino que debe favorecerse el comercio global en la medida en que contribuye al florecimiento de la clase media y no al mero enriquecimiento de la nación por encima de los individuos. Realizando una fuerte crítica del neoliberalismo económico será precisa una síntesis de ideas de izquierda y derecha poniendo coto a las élites que permiten que el beneficio de la mayoría sea sacrificado por el suyo propio.

Esa síntesis de ideas nos avisa de la necesidad de intelectuales. El problema es que ya desde la época de Platón los intelectuales -quizá los de izquierda- no quieren bajar a la caverna. El imperativo platónico fue así un signo de ausencia que explicitaba lo que es moneda corriente desde entonces, que el intelectual de verdad, con sus alas des-plomadas, prefiere volar solo y alto a planear bajo y exponerse a las miserias de las sombras, no sea que salga escaldado y lo condenen por ser demasiado idealista y utópico, pues la materia no se lleva bien con las ideas, que se lo digan a Sócrates. Al menos Jonás fue engullido y llevado a Nínive a predicar, pero no hay ballenas para intelectuales.

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