HACIA UNA TEORÍA DEL COMPROMISO
Si, como decía Mounier, la experiencia fundamental de la persona es la comunicación, resulta entonces que existir es actuar dia-lógicamente, comunicativamente. Es acción. Y entendida en sentido amplio: por el lado del hombre designará la experiencia espiritual integral; por el lado del ser, su fecundidad íntima. Entonces se puede decir: lo que no obra no es. El personalismo debe pues desarrollar una teoría de la acción.
“Tratar al prójimo como un sujeto es tratarlo como un ser presente, es reconocer que no puedo definirlo, clasificarlo, que es inagotable, que está henchido de esperanzas, y que sólo él dispone de ellas: es concederle crédito“
Se presupone la libertad obviamente. Optar entonces por la legitimidad de la acción es inevitablemente restituir el sentido de responsabilidad, pues el hombre no está solo: el esfuerzo hacia la verdad y la justicia es un esfuerzo colectivo. Claro que el número no es lo importante, sino la personalización: de ahí que no baste una masa para que piense mejor que uno solo, sino una masa de hombres libres y personalizados, que cooperen entre sí aportando cada uno sus talentos.
«No hay acción válida sino allí donde cada conciencia particular, aunque sea en el retiro, madura a través de la conciencia total y del drama de su época.«
Claro, podría objetarse, y si no tiene sentido la vida del hombre, en base a qué hacemos responsable al hombre, y para qué? La salida de este tipo sería vivir intensamente: hacer cualquier cosa con tal que la acción sea intensa y atenta al fortalecimiento de lo que dura y se hunde. Una posibilidad es darse valores, arbitrariamente, claro. Otros rechazarán la acción, pues nada ofrece, es absurda; o caerán en el error de justificar ciertas acciones antes que otras. Generalmente son gente que nunca llegan realmente a actuar. Por último sólo queda el que actúa por el mero hecho de actuar, el delirio de la acción. Por este camino sólo se llega a lo inhumano.
«Qué exigimos nosotros de la acción? Que modifique la realidad exterior, que nos forme, que nos acerque a los hombres, o que enriquezca nuestro universo de valores.»
Hay claro está acciones no puras, que responden mayoritariamente a uno sólo de esos requerimientos. Así se distingue entre poíesis, práxis y theoréin (inspirada en la división de Aristóteles)
Poíesis.
El fin es dominar y organizar una materia exterior. Es la acción económica, acción del hombre sobre las cosas. Tiene su fin y medida propia en la eficacia. Pero no basta con ésto: «El hombre no se satisface con fabricar y organizar, si no encuentra en estas operaciones su dignidad, la fraternidad de sus compañeros de tarea, y cierta elevación por encima de la utilidad.»
Práxis.
El fin es formar al agente, su habilidad, virtudes, su unidad personal. Tiene su fin y medida en la autenticidad. Es la acción ética. «Una relación de personas jamás se establece en un plano puramente técnico. El hombre, una vez presente, contamina el mundo entero. Actúa hasta por la cualidad de su presencia […] Técnica y ética son los dos polos de la inseparable cooperación de la presencia y de la operación en un ser que no hace sino en proporción a lo que es, y que no es sino haciendo.»
Theoréin.
La exploración de los valores y se enriquece con ellos extendiendo su reino sobre la humanidad. Es la acción contemplativa, que no es mera cuestión de inteligencia, sino que atañe al hombre entero, es aspiración a un reino de valores que invada y envuelva toda la actividad humana. Su fin es la perfección y la universalidad, pero a través de la obra finita y de la acción singular. Es una acción desinteresada en tanto que no apunta directamente a la organización de las relaciones exteriores entre las cosas y los hombres. Pero es interesada en tanto que permanece indiferente a estas relaciones, sin desplegar acción sobre ellas y sin sufrir acción por parte de éstas.
En el campo de la práctica obra de dos maneras. Indirectamente por superabundancia: el ejemplo claro son las matemáticas, las especulaciones menos utilitarias pero que han llevado a las aplicaciones más fecundas al mismo tiempo que más imprevistas. Se habla de inducción contemplativa. Y directamente por medio de la profecía. La acción profética asegura la unión entre el contemplativo y la práctica, así como la acción política entre lo ético y lo económico.
Finalmente, toda acción tiene su dimensión colectiva: hay comunidad de trabajo, de destino, espiritual, indispensables para la humanización integral del hombre, lo que nos lleva a la
Tª del Compromiso
La acción que se da en la vida pública se da sin embargo entre dos polos: el político y el profético. Se deben dar las dos características so pena de tener un profeta puramente imprecador o un político que sólo realiza maniobras.
Caben claro está reduccionismos. Hay quien sólo actuaría cuando la causa fuese límpida y pura, perfecta, y medios irreprochables. Esta es una manera obvia de eludir el compromiso. Pero rehusar el compromiso es rehusar la condición humana. Hay un fin loable, y es la pureza, pero ésta suele quedarse en mera exposición de la idea, del principio abstracto: el utópico que vive en sueños, pero no se decide a actuar.
«Este inquieto cuidado por la pureza suele expresar también un narcisismo superior, una preocupación egocéntrica por la integridad personal, separada del drama colectivo. Más trivialmente, le ocurre cubrir con un manto real la impotencia, la pusilanimidad, hasta la puerilidad.»
En la práctica ocurre más bien que actuamos por improvisación, inventando allí donde el perezoso aplica.
«Se habla siempre de comprometerse como si dependiera de nosotros; pero nosotros estamos comprometidos, embarcados, preocupados. Por esto la abstención es ilusoria. El escepticismo es aún una filosofía: la no intervención, entre 1936 y 1939, engendró la guerra de Hitler, y quien `no hace política´ hace pasivamente la política del poder establecido.»
Si bien hay impureza en el compromiso (bajar a la tierra desde las utopías celestiales) no olvidemos, recuerda Mounier, que la persona es en último término inabdicable, junto a los valores a los que sirve. En este ámbito sí que nunca debemos renunciar a la pureza. Lo maduro aquí es darse cuenta que toda acción implica impureza, evidencia que nos aleja del fanatismo y nos abre la puerta de la solidaridad y el diálogo. Toda gran acción nos sitúa así en un estado de oscuridad e inseguridad, lo que Mounier llama la «estructura trágica de la acción«. Por este camino no cabe confundir compromiso con alistamiento.
«Aprendemos que el campo de batalla del bien y del mal raramente se oponen en blanco y negro, que la causa de la verdad no se distingue a veces de la causa del error sino por el espesor de un cabello.»
Aunque es verdad que por el espesor de un cabello podemos estar moviéndonos en la verdad o en la mentira, nunca hemos de renunciar a actuar, pues toda acción es medio de conocimiento, y «la verdad se da a quien la ha reconocido y ejercido, aunque sea en el espesor de un cabello.» Esto implica que toda acción se mueve siempre entre dos polos, es siempre dialéctica, y hemos de aceptar tal para evitar tanto el no actuar en vistas de una pureza ideal como para acentuar fanáticamente uno de los polos.
«La educación que se imparte hoy prepara del peor modo posible para este cultivo de la acción. La Universidad imparte un saber formalista que impele al dogmatismo ideológico o por reacción a la ironía estéril. Los educadores espirituales llevan demasiado a menudo la formación moral hacia el escrúpulo y el caso de conciencia, en lugar de conducirla al culto de la decisión. Es necesario modificar todo este panorama si no se quiere ver más en el plano de la acción a los intelectuales dar el ejemplo de la ofuscación, y a los escrupulosos el de la cobardía.»