Entendemos la formación como un viaje, sea personal o educativo. De hecho los escritores pre-románticos alemanes inventaron el concepto de viaje y novela de formación (Bildungsreise, Bildungsroman) con obras como Enrique de Ofterdingen de Novalis, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe o el Anton Reiser de Karl Philipp Moritz. La propia modernidad se autoentendió así como «en viaje», haciéndose explícitas muy pronto las aristas cortantes de esta concepción que ocultaban seguramente una resistencia a esa utopía del progreso en que se embarcó Occidente. Tenemos además las Carceri de Piranesi donde el viaje se hace claustrofóbico y alienante, como será en Escher.
Lo que se está incubando en esas imágenes es una mutación del concepto de viaje, también en el plano psicológico. Y quien primero la pensó literariamente fue Hofmannsthal. El símbolo del viaje es ahora la clave nuclear del «mito», es la imagen del río, del fluir indiferente, como en un sueño, y también del río que va a la mar, que es la muerte, lugar donde la vida coge sentido y la naturaleza es sublimada en el arte. Es el jardín de (Risach) Stifter, y ya vimos su consecuencia: era un arte vuelto al pasado, incapaz de crear. El viaje mítico puede por ello convertirse en el descanso del superyo en el ello, para regresar al infantilismo o la era de la animalidad. Es el tema del Andreas o los unidos (Barral, Barcelona, 1978), donde se instaura un nuevo tipo de viaje, ya no el stifteriano Bildungsreise de Goethe.
Pues el viaje fue clásicamente el método por excelencia del aprendizaje: en él se ve una multiplicidad de cosas, se ve lo otro, se sale de la casa. Pero el viaje de Andreas no sirve a ningún fin, es un viaje pour soi, un fin en sí mismo, un viaje por lo tanto sin regreso (Ulises), sin el objetivo de la Bildung de Stifter, para dar carácter, esto es, formar la subjetividad. El viaje de Andreas es una deriva, un naufragio, donde el fluir de las cosas se analoga al fluir de los sentimientos: no hay a priori, esto es, guía: Andreas aprende aprendiendo, y esto le puede llevar a uno a cualquier cosa. El instante obviamente cobra primacía, el instante que ya reivindica en Lord Chandos y que es la explosión de lo abierto, de lo nuevo, no integrable, lo sin forma. Es por tanto la imposibilidad de la Kultur, de la Forma, el nihilismo, el río de los signos.
A esto responden Van Gogh y Musil. Ya no más viaje de Bildung, sino itinerarium: ocurren cosas sin que nada ocurra. No se inventan nuevas realidades: el itinerario establece precisamente el destino del fin del viaje, de la organización sinfónica en Mahler: no formación sino comprensión de lo místico. Lo que debía contarse no es así contado, lo único que se dice es el itinerarium, que nos dice que la historia no puede ser dicha, no cabe el Todo, la utopía: esto es la tragedia. En cierto modo tenemos ya aquí al Velázquez de las Meninas y a Kafka. Sólo con Rilke asistimos a una superación: de la lógica. Los nombres son ahora retratos (kokoschkianos). No hay melancolía pues no hay enigma, que es indecible. Lo siguiente es la explosión del jardín de Stifter, de Andrian, y sobre todo del propio Hofmannsthal. Serán los colores de Van Gogh los que iluminen como una Fackel el nuevo interior del que se reclamará Andreas. La impotencia del niño es tratada también en La mujer sin sombra: se trata de la añoranza de alcanzar la madurez que constituye la esencia de los símbolos de la paternidad y la maternidad, a costa de la identificación consigo mismo que nace de la aceptación de la propia personalidad: en Andreas era una preparación para el amor. El niño suele verse acosado por distintos valores a los que no sabe criticar: así el hombre de fin de siglo, como un niño impotente ante el nihilismo.
La mujer sin sombra (1919), llevada a la ópera por Richard Strauss, es la respuesta de Hofmannsthal a la imposibilidad del mito: la leyenda, donde nada importa el compromiso con el individuo y su purificación, desarrollo. La leyenda se une entonces a la música: es magia. De la novela a la leyenda, y de ésta a la música. En la leyenda se ve lo que siempre es, superando la alegoría, y lanzando el contenido a lo sencillo e inmediato: «Lo bello, incluso en el arte, resulta inconcebible sin recato«, dice Hugo.
Hofmannsthal reniega nuevamente de lo confesional, de la desnudez propia (referencia a Goethe: sólo a ras de él podría solucionarse la tensión entre poesía confesional y silenciación del yo, pero para ello es preciso sumirse en las propias antinomias, y, sin dar el salto, quedarse en la mera descripción). El último paso fue hacia el ensayo donde la expresión lógica escueta y la tendencia al adorno es reducida a la condición de lo auténtico. El ensayo es ya constructivo.
(Extracto de aquí)
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